Un Pontiac Firebird y Fernando Pessoa

Si vas al leer el presente tostón, que miras de reojo hacia la parte inferior de la pantalla esperando no malgastar la rueda del ratón y tu preciado tiempo, enciende los altavoces y ambiéntate con el siguiente enlace:

The Legendary Marvin Pontiac – Greatest Hits 

 

Si te desconcentras escuchándolo cierra el navegador, apaga el equipo, fúmate un pitillo en la ventana y tírate por ella.

Marvin Pontiac, un nombre trueno, un tipo mágico, un adelantado a su tiempo de la mano de Marty McFly nacido en los años 30. Raptado a los dos años por su padre malí tras el ingreso de su madre en un hospicio y llevado al país africano hasta los 15 años, plagiado para el himno Nigeriano, censurado por “Soy un perro, apesto cuando me mojo” en el 52, musa indiscutible de Jackson Pollock y culpable de su suicidio, abducido por extraterrestres, fugado de un centro psiquiátrico y atropellado letalmente por un ómnibus.

“En mis años de formación, no hubo influencia mayor que la que produjeron en mí las canciones de Marvin”, declaró Flea de los Chilli Peppers; “Pontiac es tan inconteniblemente adelantado a su época que sus canciones parecen compuestas ayer”, dijo David Bowie; “Todas las innovaciones posibles en la música están ahí”, dijo Beck; “Una Revelación, con mayúscula”, dijo Leonard Cohen; “Guaaah!”, dijo Iggy Pop; “Mi guardaespaldas no escucha otra cosa”, dijo Michael Stipe de R.E.M.

Marvin Pontiac

Esta es la fugaz figura de Marvin, un personaje siempre movido, desenfocado. Nos llega poca información del envoltorio de este espécimen, es posible que le dé igual lo guapo que lo consideremos. Lo cierto es que bajo ese manto de piel incolora existe un tipo transparente y real.

Proyecta en su música un tiempo cautivador, un bucle emocional de éxtasis catártico, una melodía que bien pueden acompañar una escapada, de esas para dejarlo todo atrás y nacer de nuevo, un instante que se alarga como un viaje de ácido en que sabes que a partir de aquí las cosas serán diferentes y todas tus pulsiones rechazan mirar atrás.

Preferiblemente el viaje será en un Pontiac Firebird de los 70’, las vistas en la huida son pintorescas, es la puesta del sol y el naranja intenso, el paisaje que se torna es seco aunque no es el desierto común, más bien tira a sabana sudanesa. Una tipología de instantes que se suelen olvidar con demasiada facilidad, momentos lúcidos que caen en la farsa de los recuerdos por su magnitud poco cotidiana, por la patología de la normalidad y sus conservatorios castrantes, pero claro tanta palabreja suena a una gran mentira, y así es.

Nada se sabe de cómo el sonido del disco es tan limpio sabiendo los medios de la época, tampoco cómo unos músicos con tanta diferencia generacional fueron capaces de abarcar el proyecto: John Medeski, Marc Ribot, Michael Blake, Art Baron, Tony Scherr, Jamie Scott y por supuesto, Marvin Pontiac.

Todo se reduce a una gran patraña de John Lurie, un hombre de heterónimos.

Leer patraña completa.

Author: Dr. Oliva

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