Andrés Calamaro, el camino del Salmón (II)

· Sometemos a un completo análisis al rockero argentino De cualquier manera, para muchos lo verdaderamente importante llegaría después con la publicación del que probablemente sea el disco más relevante de su trayectoria. Hablamos de ‘Honestidad Brutal’, en el que nos encontramos a un Calamaro un tanto pasado de rosca (como él mismo dejaba claro con sus actos o declaraciones) pero tremendamente lúcido en sus composiciones, mayormente sobre desamor. Con el tiempo, y frente a las diversas interpretaciones de la crítica, muchas veces más pendientes de temas sentimentales que musicales, el argentino aclararía que el disco en absoluto estaba dedicado a su ex mujer, sino a un buen número de féminas. Por otra parte, es palpable la crudeza tanto en letras como en registros, lo que serviría de anticipo de lo que estaba por venir, así como el elevado número de temas (más de treinta) presentes en el doble LP. Con una banda en la que figuraban entre otros Niño Bruno y el tristemente desaparecido Guille Martín, Calamaro firmó temas inolvidables, sentidos y directos al mentón. Es el caso de ‘Paloma’, ‘No son horas’, ‘Son las nueve‘, ‘Clonazepán y circo’ o ‘Ansia en Plaza Francia’, auténticas perlas que se unieron a las más radiables ‘Te quiero igual’, ‘Cuando te conocí‘ o ‘La parte de adelante‘. Todas ellas portadoras de frases y sentencias que alguno debería tatuarse o autoprescribirse. Y lo que vendría después fue ni más ni menos que ‘El Salmón’, toda una aventura suicida y epidémica condensada en cinco discos que recogen el resultado de meses y meses de grabación y vivencia al límite, dedicada exclusivamente a eso, al parto de canciones como estilo de vida. La crudeza, o rudeza, antes mencionada sube de nivel con las tomas registradas con el cuatro pistas que usaba entonces Calamaro. Harto de fumar, para hacer algo así como partir de un registro vocal sin matiz alguno, y en ocasiones haciéndose cargo de todos los instrumentos. Rodeado de colaboradores de lujo y con una producción al uso en otros temas, desvariando o dando lugar a himnos como el que da nombre al disco, ‘Lorena’, ‘Tuyo siempre‘ o ‘Días distintos‘. Y también, por supuesto, dando lugar a idas de olla infumables. Porque 103 canciones dan para eso y mucho más recién entrado el ‘efecto 2000’. Luego llegaría un periodo de retiro en todos los aspectos y un retorno cuatro años más tarde (no sin haber firmado antes junto a Niño Josele la memorable Ranchada de los paraguayos) de la mano de Javier Limón con El Cantante, otro disco imprescindible en el legado calamariano en el que, con estructuras y músicos provenientes del flamenco,...

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Andrés Calamaro, el camino del Salmón (Parte I)

· Sometemos a un completo análisis al rockero argentino Aunque el género se le quede corto, no cabe duda de que el rock es aquel al que podemos adscribir con más naturalidad a Andrés Calamaro, sin duda sobrado de méritos para entrar en El Musiquiátrico bajo ingreso obligatorio. Además de por sus benditos y recordados arrebatos de locura (por el menor de ellos protagonizó una surrealista declaración en un juicio por apología de la droga), en Calamaro late la enfermedad, o filosofía, del Salmón, sobrenombre por el que también es conocido. Así, como el animalico, gusta de ir siempre a contracorriente, en el arte y fuera de él, lo que le ha llevado a caminos musicopáticos oscuros e insospechados, al tango, al flamenco o a la cumbia, a reivindicar y versionar a los grandes de cada género. Solvente con la guitarra y diversos instrumentos, pero destacando con los teclados, Calamaro militó en varios grupos en su juventud junto a músicos como Gringui Herrera, que luego lo acompañaría en diversos tramos de su carrera, Sergio y Eduardo Makaroff (Gotan Project) o Gustavo Cerati, si bien comenzaría a ganar fama al incorporarse como teclista a Los Abuelos de la Nada. Comandada por Miguel Abuelo, en la histórica formación argentina no tardaron en salir a flote las composiciones de Andrés, letrista preciso, exquisito, mordaz cuando debe y de lo más polivalente, que para 1984 ya tenía su primer disco en solitario en el mercado. Tras dejar la banda, y habiendo tocado con Charly García o Spinetta, se lanzó a grabar varios discos en solitario al tiempo que ejercía como productor, algo que lo sumergió aún más en su ya sobrealimentada musicopatía. En 1990, llega a España y forma Los Rodríguez, una de las bandas más importantes y epidémicas de rock en castellano, todo un fenómeno masivo en el que figuraban Ariel Rot, Germán Vilella y los desaparecidos Julián Infante y Daniel Zamora. Sobra recordar sus logros, el derroche de clase hasta el final y sus temas más señeros, como ‘Canal 69‘, ‘Sin Documentos’, ‘Mi enfermedad’ o ‘Aquí no podemos hacerlo’. Sin embargo, el verdadero destape a nivel de ventas de Calamaro llega tras el final del grupo y la publicación de ‘Alta Suciedad’, grabado con algunos de los mejores músicos de Nueva York, caso del maestro Marc Ribot, con composiciones redondas y memorables que van mucho más allá de ‘Flaca’ y ‘Loco’, temas explotados de más en las radiofórmulas. Sobre todo, conteniendo dosis musicales como ‘Media Verónica’, ‘Donde manda marinero‘ o ‘El novio del olvido’, con letras y una producción cuidadas al detalle, sin olvidarnos de la tremendamente psicotrópica ‘Nunca es igual’,...

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Rubén Blades o la voz de la conciencia

·Pasamos consulta a las canciones del artista panameño Pese a que sin la palabra compromiso no podría entenderse la obra de Rubén Blades, es una pena que muchos lo conozcan, o al menos su música, a través del clásico Pedro Navaja. No obstante, es una pena a medias, ya que, pese a que el público se ha quedado casi exclusivamente con los versos ‘la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida’, algo habrá llegado de su mensaje, que es lo que a él le importa. Y es que, pese a su aparente frivolidad, Pedro Navaja muestra la triste vida de dos personajes que, aunque residentes en Nueva York, bien podrían pertenecer a cualquier gran urbe del mundo. Lo mismo ocurre con gran parte de sus canciones, aunque conviene pasar consulta al genio en sí antes de adentrarnos en sus canciones. De esta forma, Rubén Blades, nacido en Panamá hace 64 años, padece una profunda aversión a las dictaduras, al vacío espiritual que va expandiéndose a un lado y otro del charco, al recorte de libertades que, encubierto o no, persiste. Asimismo, desde siempre ha dado muestras de una notable incontinencia a la hora de denunciar determinadas situaciones y personajes, eso que algunos denominan decir la verdad. Estamos, pues, ante el padre de la salsa intelectual, ese estilo que, al bailarse necesariamente con una sonrisa en la boca, demuestra como pocos que la procesión va por dentro. Intelectual, social o como se quiera, la salsa de Rubén Blades tampoco está exenta de poesía. Trágica, aunque también con momentos para la sonrisa tierna, la calidad de su obra literaria lo pone al nivel de los grandes letristas de Latinoamérica, junto a José Alfredo Jiménez, Atahualpa Yupanqui o Violeta Parra. Por otra parte, también compartió escenario con primeros espadas del género como Willie Colón, juntó al que firmó el imprescindible Metiendo Mano, o Héctor Lavoe, quien inspiró el clásico El cantante, versionado después por Andrés Calamaro. Junto al argentino, han sido numerosos los artistas provenientes del rock que han adaptado sus temas, caso de Maná o Fabulosos Cadillacs. Volviendo a sus letras, este cantante amplio de registros, abogado por Harvard (aunque nunca le importó ni hizo gala de ello) y político ha sabido trasladar como pocos al papel, o a la música, experiencias de todos conocidas o sufridas. Historias de desesperación ante una cotidianeidad cada vez más cruda como Adán García, denuncias de la importancia de las apariencias en esta sociedad como Plástico, que alude a una ciudad y a unos vecinos que podrían ser los tuyos o los míos, rabia y concienciación ante las dictaduras, como en Desapariciones o...

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