La Paquera o el cante inmortal
Sometemos a estudio a la cantaora jerezana, la Reina de la Bulería Poderío al cantar, transmisión, raíz y también dulzura son sólo algunos de los atributos de la cantaora a la que sometemos a estudio en El Musiquiátrico. Nos referimos ni más ni menos que a Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez, una de las voces femeninas más influyentes de la segunda mitad del siglo pasado, grande entre los grandes y propensa a provocar en quien atiende a sus cantes erizamiento repentino de los vellos (como escarpias, dicen las viejas de aquí) y alguna que otra lágrima. Tal es su fuerza, y en ella, pese a figurar las durezas de la vida flamenca, nunca faltó una concesión a la alegría de vivir. Así, también hay un poso dulce en el cante de La Paquera, circunstancia que, como en el caso de Camarón, contribuyó a acercar a muchos a su cante pero sin salirse de la ortodoxia. De lo que sí le faltaba poco para salirse era de la guitarra a la vista de los tonos que alcanzaba, lo que puede constatarse viendo el lugar en que Morao o Parrilla de Jerez tenían que colocar la cejilla para acompañarla. Tras comenzar, como solía pasar, cantando en fiestas, la cantaora del barrio de San Miguel, otro ejemplo del mestizaje entre gitanos y gachós que ha existido desde siempre en Jerez, dio el salto a la capital para recalar en el conocido Corral de la Morería y grabó su primer trabajo al comenzar los años cincuenta. No obstante, al igual que tantos otros, en los inicios fue más prolija en actuaciones en teatros y otros eventos por tierras de España que en grabaciones por las particularidades de la época. Sea como sea, crítica, aficionados y artistas flamencos (incluso Agujetas, habitualmente reacio a valorar a otros cantaores que no sean él) tardaron pronto en rendirse a su genio y reconocer la magnitud de La Paquera, cuya situación familiar también favoreció ese triunfo. Y es que, como explicaba el irrepetible Moraíto Chico en el documental ‘El cante bueno duele’ sobre la también jerezana María Bala, exceptuando a La Paquera y a Fernanda y Bernarda de Utrera, las tres solteras, fueron muchas las cantaoras que no pudieron pasar más allá de las fiestas familiares o los patios de vecinos por obra y gracia de sus respectivos esposos, reacios a que abandonaran el hogar o viajaran para mostrar su arte al público. No fue, por suerte, el caso de La Paquera, cuyas soleás, seguiriyas o alegrías estremecieron con ese torrente tan suyo a todos los buenos aficionados. Sólo evitó cantar con su inmortal voz la...
Manuel Agujetas, genio y locura
· Quejíos por Agujetas en las consultas del Musiquiátrico Si hay que hablar de flamenco en la actualidad, es inevitable que la primera figura que se nos venga a la mente sea la de Manuel de los Santos Pastor, Agujetas, sin duda la referencia, el quejío por antonomasia, la voz de la sangre que vuelve a rebrotar de las heridas. Celoso guardián de la tradición, El Agujetas merece estar en el Musiquiátrico tanto por su condición de cantaor absoluto y genial como por su manera de ser. Bien pudiera decirse que es el último gitano de la fragua en emprender el camino que va de ella al estrellato, y desde luego pocos entienden como él eso de que el flamenco es, ante todo, una filosofía vital. Si a eso le sumas unas condiciones de vida duras, afán de superación, un carácter a caballo entre lo marginal y la estrella de rock, y una locura tan singular como aderezada por la edad (es inevitable que algunas de sus sentencias nos remitan a nuestros abuelos, en especial esas en las que afirma que lo suyo es lo mejor del mundo) tendremos como resultado al Agujetas. Cuya edad y procedencia, por cierto, él mismo afirma desconocer. De este modo, Agujetas es ante todo él y su tradición familiar, como expresa su frase ‘el que me gusto soy yo’, aunque no se corta a la hora de descalificar el cante de sus propios hermanos. Particularísimo, su voz y su manera de interpretar los cantes remiten a los grandes de Jerez, caso de Manuel Torre o Tío José de Paula, y a aquellos tiempos en que el flamenco era un respiro momentáneo en el que reflejar generalmente las adversidades de la vida. Porque el flamenco, pese a agencias para su desarrollo y otros eufemismos, nace del pueblo y al pueblo va. Por eso, el cante de Agujetas es duro, áspero, aunque sobrecoge desde el primer momento por su autenticidad y profundidad, por el regusto amargo. De su boca suelen salir los cantes más añejos, tildados muchas veces de minimalistas, aunque precisamente eso es la tradición, el cante como puñalada. El Agujetas se basta y sobra para, sin adornos, llevarnos a su terreno en materia de seguriyas, soleás, tonás o martinetes inigualables, siempre acompañado por tocaores del nivel de Moraíto Chico, Manolo Sanlúcar o Parrilla de Jerez. Y, aunque de primeras cueste adaptarse a sus postulados, es difícil que el cante vuelva a percibirse igual tras atender a este cantaor. Será el precio que hay que pagar por la denominada pureza. Con ella por bandera, son numerosas las declaraciones de Agujetas, a veces ciertas...