Larsen, cuando tus oídos sangran

Diagnosticados de gabachofobia macerada en la pota de un punk, de claustrofobia hospitalaria con brotes de crudeza y locura a partes iguales “Larsen no era un grupo de música de cuatro chavales, sino que era un grupo de quince colegas que se lo pasaba de puta madre”, contaba Mosca. Nadie habría apostado mucho por esos adolescentes precoces, que preferían mendigar por la capital con el propósito de montar una banda, antes que quedarse en su barrio jugando a pistoleros como los jóvenes de su edad. Volcaron en Larsen energía demente a raudales, algo que los caracterizaría en sus directos. Ningún miembro tenía experiencia musical alguna, quizás por ello escogieron como nombre identificativo la denominación técnica que los especialistas del sonido dan a los acoples que aparecen cuando se coloca un instrumento cerca de los amplificadores, vaticinando un punk ruidoso opuesto a cualquier atisbo de elegancia, original en grado sumo dentro del Rrollo. Su libertad compositiva sin condicionamientos, unida a la ausencia de formación sonora, produjeron un particular ruido integrado por elementos pseudomusicales como el que relata Rana, bajista del grupo:  “Yo me afinaba de manera que no había que poner acordes. Tocaba como si fuera un bajo, pero usando todas las cuerdas. Así desarrollé un estilo muy particular de tocar la guitarra con mucho ataque, basado principalmente en mazazos de mano derecha” Los cinco años que duró la formación, con sus variaciones de componentes incluidas, dieron pie a varias grabaciones sumamente accidentadas por la precaria gestión de Spanduld, la única discográfica que tubo cojones de hacerles algo de caso. En su día no fueron un grupo especialmente conocido, hoy probablemente tampoco lo sean en demasía. Sin comerlo ni beberlo aparecieron fortuitamente en el número 17 de la cuarentena musical más conocida de la península, con la misma casualidad con la que aportaban su tema ‘Frontera Francesa’ como sintonía para una noticia del telediario sobre los conflictos que describía su letra; ambas eran formas de difusión contradictorias con el neonato credo del punk pero que compatibilizaban bien con su espíritu fresco y descarado. Amén de crear el himno francófobo por antonomasia, brindaron otros grandes temas como ‘Noche de Destrucción en Rock-Ola’; cuando surgió la posibilidad de tocar en el mencionado templo de la movida, consiguieron congregar una horda insalubre de punxs y pseudopunxs que confabularon en un infernal pogo de destrucción del local. En ocasiones afirman haberse alimentado de las inspiradoras fuentes del punk inglés y norteamericano pero un simple ejercicio de observación los delata como el grupo con menos papeles, plagios e influencias de la historia. Su precario atrevimiento musical los convierte en una delicatessen para estómagos placados en...

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