Un Pontiac Firebird y Fernando Pessoa
May16

Un Pontiac Firebird y Fernando Pessoa

The Legendary Marvin Pontiac – Greatest Hits    Si te desconcentras escuchándolo cierra el navegador, apaga el equipo, fúmate un pitillo en la ventana y tírate por ella. Marvin Pontiac, un nombre trueno, un tipo mágico, un adelantado a su tiempo de la mano de Marty McFly nacido en los años 30. Raptado a los dos años por su padre malí tras el ingreso de su madre en un hospicio y llevado al país africano hasta los 15 años, plagiado para el himno Nigeriano, censurado por “Soy un perro, apesto cuando me mojo” en el 52, musa indiscutible de Jackson Pollock y culpable de su suicidio, abducido por extraterrestres, fugado de un centro psiquiátrico y atropellado letalmente por un ómnibus. “En mis años de formación, no hubo influencia mayor que la que produjeron en mí las canciones de Marvin”, declaró Flea de los Chilli Peppers; “Pontiac es tan inconteniblemente adelantado a su época que sus canciones parecen compuestas ayer”, dijo David Bowie; “Todas las innovaciones posibles en la música están ahí”, dijo Beck; “Una Revelación, con mayúscula”, dijo Leonard Cohen; “Guaaah!”, dijo Iggy Pop; “Mi guardaespaldas no escucha otra cosa”, dijo Michael Stipe de R.E.M. Esta es la fugaz figura de Marvin, un personaje siempre movido, desenfocado. Nos llega poca información del envoltorio de este espécimen, es posible que le dé igual lo guapo que lo consideremos. Lo cierto es que bajo ese manto de piel incolora existe un tipo transparente y real. Proyecta en su música un tiempo cautivador, un bucle emocional de éxtasis catártico, una melodía que bien pueden acompañar una escapada, de esas para dejarlo todo atrás y nacer de nuevo, un instante que se alarga como un viaje de ácido en que sabes que a partir de aquí las cosas serán diferentes y todas tus pulsiones rechazan mirar atrás. Preferiblemente el viaje será en un Pontiac Firebird de los 70’, las vistas en la huida son pintorescas, es la puesta del sol y el naranja intenso, el paisaje que se torna es seco aunque no es el desierto común, más bien tira a sabana sudanesa. Una tipología de instantes que se suelen olvidar con demasiada facilidad, momentos lúcidos que caen en la farsa de los recuerdos por su magnitud poco cotidiana, por la patología de la normalidad y sus conservatorios castrantes, pero claro tanta palabreja suena a una gran mentira, y así es. Nada se sabe de cómo el sonido del disco es tan limpio sabiendo los medios de la época, tampoco cómo unos músicos con tanta diferencia generacional fueron capaces de abarcar el proyecto: John Medeski, Marc Ribot, Michael Blake, Art Baron, Tony Scherr, Jamie Scott...

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Andrés Calamaro, el camino del Salmón (Parte I)

· Sometemos a un completo análisis al rockero argentino Aunque el género se le quede corto, no cabe duda de que el rock es aquel al que podemos adscribir con más naturalidad a Andrés Calamaro, sin duda sobrado de méritos para entrar en El Musiquiátrico bajo ingreso obligatorio. Además de por sus benditos y recordados arrebatos de locura (por el menor de ellos protagonizó una surrealista declaración en un juicio por apología de la droga), en Calamaro late la enfermedad, o filosofía, del Salmón, sobrenombre por el que también es conocido. Así, como el animalico, gusta de ir siempre a contracorriente, en el arte y fuera de él, lo que le ha llevado a caminos musicopáticos oscuros e insospechados, al tango, al flamenco o a la cumbia, a reivindicar y versionar a los grandes de cada género. Solvente con la guitarra y diversos instrumentos, pero destacando con los teclados, Calamaro militó en varios grupos en su juventud junto a músicos como Gringui Herrera, que luego lo acompañaría en diversos tramos de su carrera, Sergio y Eduardo Makaroff (Gotan Project) o Gustavo Cerati, si bien comenzaría a ganar fama al incorporarse como teclista a Los Abuelos de la Nada. Comandada por Miguel Abuelo, en la histórica formación argentina no tardaron en salir a flote las composiciones de Andrés, letrista preciso, exquisito, mordaz cuando debe y de lo más polivalente, que para 1984 ya tenía su primer disco en solitario en el mercado. Tras dejar la banda, y habiendo tocado con Charly García o Spinetta, se lanzó a grabar varios discos en solitario al tiempo que ejercía como productor, algo que lo sumergió aún más en su ya sobrealimentada musicopatía. En 1990, llega a España y forma Los Rodríguez, una de las bandas más importantes y epidémicas de rock en castellano, todo un fenómeno masivo en el que figuraban Ariel Rot, Germán Vilella y los desaparecidos Julián Infante y Daniel Zamora. Sobra recordar sus logros, el derroche de clase hasta el final y sus temas más señeros, como ‘Canal 69‘, ‘Sin Documentos’, ‘Mi enfermedad’ o ‘Aquí no podemos hacerlo’. Sin embargo, el verdadero destape a nivel de ventas de Calamaro llega tras el final del grupo y la publicación de ‘Alta Suciedad’, grabado con algunos de los mejores músicos de Nueva York, caso del maestro Marc Ribot, con composiciones redondas y memorables que van mucho más allá de ‘Flaca’ y ‘Loco’, temas explotados de más en las radiofórmulas. Sobre todo, conteniendo dosis musicales como ‘Media Verónica’, ‘Donde manda marinero‘ o ‘El novio del olvido’, con letras y una producción cuidadas al detalle, sin olvidarnos de la tremendamente psicotrópica ‘Nunca es igual’,...

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