Manuel Agujetas, genio y locura

· Quejíos por Agujetas en las consultas del Musiquiátrico Si hay que hablar de flamenco en la actualidad, es inevitable que la primera figura que se nos venga a la mente sea la de Manuel de los Santos Pastor, Agujetas, sin duda la referencia, el quejío por antonomasia, la voz de la sangre que vuelve a rebrotar de las heridas. Celoso guardián de la tradición, El Agujetas merece estar en el Musiquiátrico tanto por su condición de cantaor absoluto y genial como por su manera de ser. Bien pudiera decirse que es el último gitano de la fragua en emprender el camino que va de ella al estrellato, y desde luego pocos entienden como él eso de que el flamenco es, ante todo, una filosofía vital. Si a eso le sumas unas condiciones de vida duras, afán de superación, un carácter a caballo entre lo marginal y la estrella de rock, y una locura tan singular como aderezada por la edad (es inevitable que algunas de sus sentencias nos remitan a nuestros abuelos, en especial esas en las que afirma que lo suyo es lo mejor del mundo) tendremos como resultado al Agujetas. Cuya edad y procedencia, por cierto, él mismo afirma desconocer. De este modo, Agujetas es ante todo él y su tradición familiar, como expresa su frase ‘el que me gusto soy yo’, aunque no se corta a la hora de descalificar el cante de sus propios hermanos. Particularísimo, su voz y su manera de interpretar los cantes remiten a los grandes de Jerez, caso de Manuel Torre o Tío José de Paula, y a aquellos tiempos en que el flamenco era un respiro momentáneo en el que reflejar generalmente las adversidades de la vida. Porque el flamenco, pese a agencias para su desarrollo y otros eufemismos, nace del pueblo y al pueblo va. Por eso, el cante de Agujetas es duro, áspero, aunque sobrecoge desde el primer momento por su autenticidad y profundidad, por el regusto amargo. De su boca suelen salir los cantes más añejos, tildados muchas veces de minimalistas, aunque precisamente eso es la tradición, el cante como puñalada. El Agujetas se basta y sobra para, sin adornos, llevarnos a su terreno en materia de seguriyas, soleás, tonás o martinetes inigualables, siempre acompañado por tocaores del nivel de Moraíto Chico, Manolo Sanlúcar o Parrilla de Jerez. Y, aunque de primeras cueste adaptarse a sus postulados, es difícil que el cante vuelva a percibirse igual tras atender a este cantaor. Será el precio que hay que pagar por la denominada pureza.   Con ella por bandera, son numerosas las declaraciones de Agujetas, a veces ciertas...

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Luis de la Pica, el Poeta del Flamenco
Feb23

Luis de la Pica, el Poeta del Flamenco

Trece años han pasado ya desde que el universo flamenco despidiera a Luis de la Pica, cantaor jerezano cuya figura creemos conveniente analizar desde El Musiquiátrico tanto por las curiosas patologías que presenta su caso como por la certeza de que estamos ante uno de los grandes renovadores del cancionero flamenco. Nacido en Jerez de la Frontera en 1951, este artista menudo, con mirada de eterno debate interior, barba blanca y melena al viento, sufrió, desde sus inicios en este arte, una acentuada alergia a la grabación de discos. Así, sólo participó en una obra colectiva, Los Juncales de Jerez. Cayos Reales, ya que su espíritu tempestuoso y libre lo llevaba únicamente a tomar parte en festivales (escasas veces fuera de Andalucía) y fiestas de los que, a menudo, entraba y salía con lo mismo en los bolsillos: nada. No obstante, Luis de la Pica sí se mostró más pródigo a la hora de escribir, una forma de expulsar sus demonios personales que llevaba a cabo con una delicadeza que contrasta con otras letras flamencas. De este modo, temas como la muerte, el amor y sobre todo el desamor (pilares del cancionero flamenco) son trasladados con exquisitez a las estructuras de las soleás, bulerías o alegrías que interpretaba. Entretanto, también soprendió al ser quizá el primero que, en esas coplas, escribía desde la perspectiva de la mujer, como ocurre con las que recientemente interpretaba en directo Marina Heredia por bulerías, empeñada, junto a artistas jerezanos como El Torta, en reavivar el legado de este artista sin par. Por otro lado, en sus letras tampoco faltan referencias a la naturaleza, muy en sintonía con cantaores como El Cabrero, afrontadas casi siempre desde un punto de vista bastante trágico. Finalmente, en lo que respecta a la faceta cantaora de Luis de la Pica, no creo que, como sostienen algunos teóricos, sea un cantaor menor aunque careciera de un gran timbre. Otra cuestión es que, como ocurre con los grandes, no se le pueda aplicar el calificativo de enciclopédico al no dominar (o al menos públicamente) un buen número de cantes. Sin embargo, como dijera en su día Paco Vargas, soy partidario de la opinión de que El Pica, admirado profundamente por Camarón, creó nuevas veredas en estilos como los referidos anteriormente, así como en los tangos o en el cuplé por bulerías. En tiempos de vacío y angustia, también extensible a las letras flamencas, bien vienen un par de pildorazos por parte de Luis de la Pica precedidos por su grito de guerra: ‘¡Viva Paula y...

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