Mandrágora y Jacinta
Ago11
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Presentan "La Chamana", disco homenaje a Chavela Vargas
Ago25

Presentan "La Chamana", disco homenaje a Chavela Vargas

Tributo de artistas adictos a la receta de la inmortal Vargas en descarga gratuita Sin habernos respuesto aún del golpe que supuso su desaparición, o su unión con la naturaleza, la inmortalidad de Chavela Vargas vuelve a quedar de manifiesto con la publicación de “La Chamana – Un tributo a Chavela Vargas”. Iniciativa musicopática puesta en marcha hace unos meses por Guillermo Sánchez Guzmán Juanchez, productor, y el escritor Rafael Saavedra, se trata de una revisión del legado de la figura del poncho rojo en la que toman parte más de cuarenta grupos y solistas de un lado y otro del charco y desde perspectivas de lo más distintas, que van del folklore al blues pasando por el flamenco. De esta forma, la admiración que por Chavela sentían artistas como Miguel Poveda, Cáñamo, Malverde Blues Experience, Elán o Sonoclip queda de manifiesto en las versiones que, bajo la supervisión de Juanchez, conforman el disco. En él ha influido también, sin duda, la faceta hipnotizadora (disciplina en la que, según su biografia, es un experto) de este catedrático y compositor de 25 años que es el autor asimismo de «La Chamana«, corte inédito que da nombre al disco. Lo mejor de éste, además del privilegio que supone reunir a tan amplio número de artistas en un mismo proyecto, es que puede descargarse de manera gratuita, lo que sin duda acercará a otros públicos a la obra de esta artista sin igual. Por otra parte, los adeptos a la receta de Chavela, a las composiciones de José Alfredo Jiménez, Facundo Cabral o Armando Manzanero que popularizó, encontraran en él otras sorpresas. Es el caso de los recitados de Chavela, intercalados en el disco, de las fotografías que incluye o de la aparición de Joaquín Sabina interpretando «Noches de Boda» bajo el nombre de Tío Pedro. Larga vida a la Vargas, cada vez más eterna y necesaria.    ...

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Javier Krahe y los cristos al horno (o el esperpento ibérico)

Los musicópatas confinados en El Musiquiátrico claman venganza: «¡Se ha ofendido a uno de los nuestros!» En los confines del Musiquiátrico, un aroma invade las estancias de nuestros pacientes, una bocanada satírica burlesca proveniente de la celda de uno de nuestros ingresos más emblemáticos, Javier Krahe, musicópata  de nacimiento y distinguido chef. Algo se está cociendo… Javier Krahe compuso sus primeros temas ayudado por su hermano Jorge, que empezó a musicarle los versos. Este primer Krahe se mostrará muy influenciado por el cantautor francés George Brassens, aquel gran bardo de la juventud rojuela de la época, y también por Cohen y Dylan (aunque sospechamos que más por el primero). En algún momento se larga a Canadá con la señorita Annick, que era oriunda de allí y que resultó ser el amor de su vida. De vuelta a España, Javier Krahe debuta en 1980 con «Valle de Lágrimas», grabación surcada ya del estilo inconfundible de Krahe: un fatídico humor negro que opera como un preciso estilete poético, rimas ingeniosas y composiciones sencillas en Fa, la difícil, como él mismo decía. Ya desde este inicio, Krahe hará frecuentes alusiones a las grandes obras del cine y de la literatura universal, gastando siempre mucho cuidado por algo que muchos cansautores olvidan hoy en pos de un lalalá facilón: la rima y la métrica, señores. El basamento de todo. Reintroducido en la noche madrileña por el cantautor antifranquista Chicho Sánchez Ferlosio, comenzó a tocar en garitos del under madrileño setentero como La Aurora o La Mandrágora. En éste último, y junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez, grabará el disco homónimo en 1981. El LP, atravesado todo él por una fina -y a veces no tan fina- ironía, cuenta con temas que han entrado de lleno en la memoria colectiva española como «Pongamos que hablo de Madrid» (versionado luego por el propio Sabina, por los Porretas y hasta por El Engendro) o «La Hoguera», satírica y fría cuchillada contra la pena de muerte. El célebre «Adivina, Adivinanza», por su parte, narra con excelsa ironía y una excepcional mala leche la muerte del dictador Franco. En 1986, Televisión Española no tuvo más cojones que censurar el tema «Cuervo Ingenuo», que iba a emitirse como parte de un concierto de Sabina. En el tema, narrado en plan indio sioux, Joaquín y Javier se despachaban a gusto con el PSOE, que recientemente había malmetido a España en la OTAN, meándose sobre los resultados de un referéndum previo convocado por ellos mismos. La traición era flagrante y la canción, aunque lo hacía en una retórica pregunta, no se callaba. Lástima que algunos cambien. Esperemos que Javier no...

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Andrés Calamaro, el camino del Salmón (II)

· Sometemos a un completo análisis al rockero argentino De cualquier manera, para muchos lo verdaderamente importante llegaría después con la publicación del que probablemente sea el disco más relevante de su trayectoria. Hablamos de ‘Honestidad Brutal’, en el que nos encontramos a un Calamaro un tanto pasado de rosca (como él mismo dejaba claro con sus actos o declaraciones) pero tremendamente lúcido en sus composiciones, mayormente sobre desamor. Con el tiempo, y frente a las diversas interpretaciones de la crítica, muchas veces más pendientes de temas sentimentales que musicales, el argentino aclararía que el disco en absoluto estaba dedicado a su ex mujer, sino a un buen número de féminas. Por otra parte, es palpable la crudeza tanto en letras como en registros, lo que serviría de anticipo de lo que estaba por venir, así como el elevado número de temas (más de treinta) presentes en el doble LP. Con una banda en la que figuraban entre otros Niño Bruno y el tristemente desaparecido Guille Martín, Calamaro firmó temas inolvidables, sentidos y directos al mentón. Es el caso de ‘Paloma’, ‘No son horas’, ‘Son las nueve‘, ‘Clonazepán y circo’ o ‘Ansia en Plaza Francia’, auténticas perlas que se unieron a las más radiables ‘Te quiero igual’, ‘Cuando te conocí‘ o ‘La parte de adelante‘. Todas ellas portadoras de frases y sentencias que alguno debería tatuarse o autoprescribirse. Y lo que vendría después fue ni más ni menos que ‘El Salmón’, toda una aventura suicida y epidémica condensada en cinco discos que recogen el resultado de meses y meses de grabación y vivencia al límite, dedicada exclusivamente a eso, al parto de canciones como estilo de vida. La crudeza, o rudeza, antes mencionada sube de nivel con las tomas registradas con el cuatro pistas que usaba entonces Calamaro. Harto de fumar, para hacer algo así como partir de un registro vocal sin matiz alguno, y en ocasiones haciéndose cargo de todos los instrumentos. Rodeado de colaboradores de lujo y con una producción al uso en otros temas, desvariando o dando lugar a himnos como el que da nombre al disco, ‘Lorena’, ‘Tuyo siempre‘ o ‘Días distintos‘. Y también, por supuesto, dando lugar a idas de olla infumables. Porque 103 canciones dan para eso y mucho más recién entrado el ‘efecto 2000’. Luego llegaría un periodo de retiro en todos los aspectos y un retorno cuatro años más tarde (no sin haber firmado antes junto a Niño Josele la memorable Ranchada de los paraguayos) de la mano de Javier Limón con El Cantante, otro disco imprescindible en el legado calamariano en el que, con estructuras y músicos provenientes del flamenco,...

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